Nasrudín estaba muy enfermo y todo el mundo pensaba que moriría
pronto. Su mujer ya se había vestido de luto y comenzó a llorar y a
gemir. El Mulá era el único que permanecía inmutable.
- Mulá – preguntó uno de sus discípulos - ¿cómo es que
puedas enfrentarte a la muerte con tanta calma, e incluso reírte de
vez en cuando, mientras nosotros que no vamos a morirnos estamos
atormentados con la idea de que puedas dejarnos?
- Es bastante sencillo. Mientras yazgo aquí mirándoos, me
digo a mi mismo: “Tienen todos tan mal aspecto que estoy casi
seguro de que cuando venga el Ángel de la Muerte confundirá por lo
menos a uno de ellos conmigo, dejando un rato más aquí al viejo
Nasrudín...”.