sábado, 18 de mayo de 2013

Nietzsche: de las alegrías y de las pasiones




            El cuerpo podría considerarse como un campo de batalla entre las diversas fuerzas o potencias que lo atraviesan, una lucha encarnecida entre pasiones (demonios) y virtudes (ángeles). Toda virtud (pasión alegre) y pasión triste son hábitos o costumbres, y como tales siempre son modos concretos que tiene las fuerzas o potencias de actualizarse y relacionarse entre sí. Así pues, las virtudes remiten a hábitos caracterizados por una relación entre las fuerzas o potencias en la que la diferencia-relación que se ha impuesto es la que corresponde a las activas, o sea, que las fuerzas se expresan o se actualizan según de lo que son capaces y en su justa medida, lo que les permite alcanzar la excelencia. Mientras que por otro lado, la relación imperante en las pasiones tristes es la impuesta por las fuerzas o potencias reactivas, relación a través de la cual las restantes fuerzas o potencias se ven separadas de sus propias capacidades, hallando su modo de expresión ya sea en el defecto o en el exceso, pero sin la medida adecuada y por lo tanto sin excelencia . Tras lo dicho, el hombre superior, caracterizado por una voluntad de poder afirmativa, transformará sus pasiones tristes en pasiones alegres, o sea, en virtudes que remitan al sentido de la tierra, de la vida. Pero esta afirmación de lo trágico no conlleva la cesación de la guerra, pues también se da lucha entre las diversas virtudes, lucha que por otro lado es necesaria ya que cada virtud quiere para sí toda la voluntad de poder. Con lo que el camino hacia la superación del hombre pasa por esta guerra entre virtudes, por un verdadero amor hacia éstas, entendidas ellas como hábitos creativos breves, o sea, dispuestos a perecer para dar lugar a otros todavía más creativos, o lo que es lo mismo, a una mayor sensibilidad.

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