viernes, 28 de junio de 2013

Validation


Los Primeros Principios




Al contrario de lo que piensan el platonismo y la sofística, la unidad y la pluralidad no son excluyentes – para poder escapar de la aporía hay que negar la dicotomía a través de una afirmación que articule y diferencie los diferentes planos ontológicos –, sino diversas dimensiones de lo real, es decir, diferentes significados y niveles de los lenguajes en los que acontece la realidad. El ser es múltiple y posee significaciones inderivadas, no deductibles, originarias; y estos diferentes planos ontológicos se encuentran articulados entre sí vía pròs hén. Cada una de estas significaciones o diferencias no se derivan ni pertenecen a ningún Uno-Origen, sino que el origen propio de cada una de ellas es originario. Su unificación se debe a que todas y cada una de ellas establece un enlace constitutivo, remitiendo o refiriéndose de diverso modo a un polo irreferencial. Esta referencia las sitúa a cada una en su lugar natural correspondiente ingresándolas en un sistema unitario, donde cada una cumple su función determinada para la comunidad. En concreto, “los sentidos del ser se enlazan y unifican por referir, de distinta manera, a uno de ellos superior” (1), con lo que es condición de toda realidad regular formar parte de un conjunto organizado, de un sistema estructural de referencia (2). Así pues, la estructura referencial prós hén será el criterio y la que nos permita comprender y explicar como la polisemia significativa originaria-limitada del ser se articula, teniendo presente que el ser se dice según las categorías, la entidad u ousía, el accidente, lo verdadero y lo falso, y el acto y la potencia.

Hagamos un alto en el camino antes de proseguir con el estudio de la vía prós hén para reparar en las tres perspectivas de la causalidad condicional o referencial que caracteriza el caminar aristotélico. La primera es la entitativo-substancial o significativa, lo-que es; la entidad es la diferencia o significatividad ontológica y se dice como indeterminación material, como lo determinado material-formal, el compuesto-sujeto, y como lo determinante-formal, la esencia. La segunda perspectiva es la propia de la modalidad, o sea, de que modo es lo-que es; desde el punto de vista modal también nos hallamos con tres niveles, el de la potencia material, el mixto de acto-potencia o movimiento, y el sólo actual: enérgeia y entelécheia. La última corresponde a la henología, es decir, a la divisibilidad o indivisibilidad; el uno se dice en tantos sentidos como la entidad: como uno indivisible en acto, pero divisible en potencia, según la cantidad, como un todo compuesto que es cada uno, y como un uno indivisible según la diferencia primera. Estas tres perspectivas ontológicas se conjugan entre sí dando lugar a una tríada constituida por lo contingente, por la necesidad hipotética o contingente y por la necesidad absoluta, la cual hemos creído conveniente mostrar en la siguiente tabla topológica para un mayor claridad (3):

                                                                                                    Perspectivas
Triada
Entitativo-substancial
Modal
Henológica
Contingente
Unidad o composición debido a la co-incidencia
Lo potencial
Lo referido, divisible y múltiple
Necesidad hipotética
Uno-todo-complejo, compuesto
Potencia-acto
Referido-referente, divisible-indivisible, corruptible-incorruptible
Necesidad absoluta
Identidad significativa plena o sólo forma
Lo simple, sólo acto-actividad plena
Lo indivisible, indiferible,irreferible



Volviendo a la estructura relacional pròs hén, el pròs significa hacía y se trata de una articulación modal direccional y legisladora, la cual marca la dirección del sistema, hacía el ser pleno, de acuerdo al principio que recorre toda la obra de Aristóteles, el de la plenitud y de lo mejor. En cuanto a lo que concierne al hén, éste significa uno y se trata de la medida de todas las cosas, el polo referencial, el primer principio, fin y bien común de toda-cada vida. El hén hace referencia a la perspectiva henológica, al contenido entitativo o significativo de la esencia, decidiendo en cada caso el sentido de los significados implicados. Como polo referencial es formal a la materia – determinante y unificante: inteligible – y final al movimiento del compuesto – plenitud, complección, acto perfecto. Con lo que el pròs hén es la síntesis que enlaza y separa entre sí a las plurales unidades significativas; es la tensión dinámica hacía la plenitud de cada ámbito semántico que mantiene enlazados ordenadamente los sentidos del ser originariamente plurales (4). Con ello Aristóteles rescata las ideas platónicas estableciendo su naturaleza substancial y esencial, ya no genérica-universal-predicativa, sino como forma-causa con causalidad final activa. Sigue habiendo participación, pero la dirección de referencia cambia, ya no se trata de un Uno-Todo que origina lo sensible, sino que los sensibles son pluralmente originarios y se refieren cada uno a su fin – que a su vez, son plurales y originarios – que es lo que les otorga sentido y que sin ellos no podría realizarse. Con lo que la clave está en optar por una unidad de acción en vez de una unidad semántica en cuanto primer principio, sin que ello quiera significar la renuncia de toda unidad semántica, sino más bien su articulación y subordinación (5).

En el camino que nos lleva desde lo primero para nosotros a lo primero en sí, desde lo sensible a lo suprasensible en lo sensible separable mediante la intelección hasta lo sólo suprasensible, la actividad plena y eterna del noûs, nos encontraremos con dos modos principales de decirse la estructura referencial del pròs hén para no abandonar la ley propia de la realidad que expone el macedonio, que el ser se dice de plurales maneras. Así, por un lado nos las veremos con un prós hén substancialcategorial caracterizado por una relación intrínseca y constitutiva que comprende dos ámbitos: uno semántico y otro modal; y por el otro, con uno intersubstancial correspondiente a una relación extrínseca y no constitutiva de la substancia sino de la unidad del kosmos (6).

NOTAS

(1)T.OÑATE, Para leer la Metafísica de Aristóteles en el siglo XXI, Dykinson,
Madrid 2001, p. 343
(2)Cfr., T.OÑATE, Para leer la Metafísica de Aristóteles en el siglo XXI,
Dykinson, Madrid 2001, pp. 343-344
(3)Ibid pp. 282-284
(4)Ibid pp. 343-344 y p. 383
(5)Ibid pp. 353-356
(6)Ibid p. 395


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jueves, 27 de junio de 2013

Necesidad




Te he inventado, como tú me has inventado a mi. 
Nos necesitamos el uno al otro.

P.Éluard

miércoles, 26 de junio de 2013

Nietzsche: de los trasmundanos


   La causa de todo trasmundo y de todos los dioses o ídolos es la impotencia, la falta de valentía para afirmar todo lo que conlleva la Vida: alegrías, dolor, sufrimiento, muerte, placer, etc. Es el resultado de una vida fatigada, de una voluntad cansada de vivir que lo único que anhela es poder descansar y sentir algo de placer en su reducto de fantasía que es su trasmundo. Los dioses o ídolos no son más que creaciones surgidas de una demencia, de una enfermedad; fantasmas que nacen de las cenizas de los hombres, de la voluntad de poder negativa que se ha cansado de su propio querer y lo único que quiere es conformarse con su ilusión, con el trasmundo que ha creado al apartar la vista de sí misma, al renunciar a la Vida.

   De este modo, el mundo pierde realidad frente al trasmundo, pasando a ser una copia imperfecta de éste y justificando así el sufrimiento y el dolor. Y así, aquel que más sufra, que más anhele el trasmundo despreciando el cuerpo y la tierra, aquel que sea más cobarde, más ruin, o sea, que más odie a la Vida, ese será el que alcance la felicidad. Felicidad propia de la demencia, de la no aceptación del sufrimiento y de la vida, del resentimiento y de la venganza. Pero de lo que no son conscientes los trasmundanos es que aunque desprecien el cuerpo y la tierra es sólo gracias a ellos que son capaces de despreciar, es decir, es el cuerpo quien desespera de sí mismo y desea escapar fuera de sí.

   El trasmundo es el triunfo de una voluntad cansada de vivir, y por lo tanto de las fuerzas reactivas que se ejercen impidiendo que las demás fuerzas se actualicen o expresen según sus potencialidades. Debido a este cansancio por la vida, dicha voluntad en su anhelo se crea para sí misma un mundo ilusorio en el que ahora si será capaz de hallar la tan esperada felicidad. En este nuevo mundo eterizado sólo habrá lugar para las fuerzas reactivas junto a su voluntad negativa, ya no habrá más cansancio, y no, como en esta vida, en la cual por todos lados le asaltan fuerzas que desean actualizarse hasta sus últimas consecuencias según sus propias potencias, de lo que son pueden, y por consiguiente, le posibilitan a ella aunque sea sólo indirectamente a que cambie su modo de expresión, es decir, a que en vez de actualizarse negando a las demás sus potencialidades, lo haga llevando las suyas propias hacía expresiones plenas. Por ello, la fuente de esta voluntad no es otra que el odio hacia la Vida, hacia la infinitud de posibilidades que ésta tiene de expresarse.

   Tras toda trascendencia se halla siempre un cuerpo cansado de vivir, cansado de actualizarse según los modos de acción que le son propios, su naturaleza íntima, un cuerpo impotente que lo único que anhela es poder descansar de la actividad constantemente creativa de la Vida. Y por ello, su felicidad es la propia de la demencia, porque va en contra de la Vida, de los modos de acción propios de cada tipo de vida; es una felicidad que sólo alcanzarán aquellos que vayan contra su propio cuerpo, negando con ello sus propios modos de acción o de relación con la realidad, es una felicidad que sólo saborearán los más impotentes, los que más odien a la Vida, los más cobardes, y que sólo podrán gozar en el trasmundo de fantasía que se han creado para poder soportar el sufrimiento que les causa vivir, dolor al que se ven sometidas cada vez que las demás fuerzas se actualizan según lo que pueden, ya que posibilitan que caigan en la tentación de vivir, que se actualicen plenamente según sus potencialidades. Pero en su mundo celeste no tendrán que soportar más a esta Vida juguetona y cruel junto a todas sus fuerzas activas, sino que en él sólo habrá sitio para esa vida pobre y ruin caracterizada por las fuerzas reactivas, ya no habrá más lugar para el sufrimiento. Amen.

   Frente a ello, Nietzsche apuesta por una superación del hombre, por un cuerpo sano basado en la honestidad y en el sentido de la tierra, en el que dominen las fuerzas activas, es decir, en un cuerpo que actúe según las posibilidades que lo constituyen, buscando en cada acción expresarse del modo más excelente posible; una vida en la que ya no se crea en los fantasmas y en la que se acepte el sufrimiento como única condición de posibilidad de todo enriquecimiento, pues ser capaz de un mayor sufrimiento y de un mayor dolor implica una mayor sensibilidad para intuir nuevos posibles modos de acción, o sea, nuevos modos de crearse a sí mismo, de superarse deviniendo en algo diferente a lo que se era en cada momento.

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martes, 25 de junio de 2013

Eihei Dôgen. Vida, aportaciones y enseñanzas principales



·         Vida

Eihei Dôgen nace el 2 de enero de 1200 en Kyoto. Perteneciente a la aristocracia recibe una educación literaria muy buena, dedicando su infancia a la lectura de los clásicos chinos y al aprendizaje del chino. A los dos años pierde a su padre y a los siete a su madre. En su funeral comprende la transitoriedad de todos los fenómenos, surgiendo en él una profunda determinación por comprender la Realidad.

En 1212 se refugia de su destino como aristócrata en casa de su tío materno, el cual realizaba prácticas esotéricas, y que lo envía a un monasterio en donde en 1213 es ordenado monje Tendai, recibiendo el nombre de Dogên: origen de la Vía.

En 1217 ingresa en el monasterio Kennin-ji en donde se enseña una mezcla de Tendai, Shigon y Zen Rinzai a manos de Ryonen Myozen (1184-1225), recibiendo en 1221 la transmisión del Dharma. En esta época, surge en el joven Dôgen el interés sobre la relación entre la naturaleza búdica y la iluminación: ¿por qué es necesario buscar la iluminación si nuestra naturaleza ya es originariamente la del Buda?

Decididos a estudiar el Zen auténtico, Myozen y Dôgen, viajan a China entrando en contacto con diferentes Escuelas. Entre los monasterios que visitan se encontraba el de Kuijojui-ji en donde había practicado y recibido la transmisión Eisei. Estudia con diligencia las escrituras Zen aumentando su interés por dicha tradición, si bien se decepciona con el Zen Linji o Rinzai debido al énfasis excesivo que muestra con el uso del kôan.

En 1225 visita el templo Tiantong cuyo abad es el maestro Zen Caodong Rujing (1163-1228), el cual basa su enseñanza en el estilo de vida monástico y en la meditación sedente o zazen. Enseña a Dôgen la meditación zhigan dazuo (shikan taza): el mero hecho de sentarse en zazen es ya en sí la iluminación. En 1226, recibe el certificado de sucesión (shisho), retornando a Japón en 1227 como el primer patriarca de la Escuela Sôtô Zen, expresando el célebre “he vuelto con las manos vacías pero traigo una mente abierta y flexible”.

Retorna a Kennin-ji para depositar los restos de Myozen, encontrando la misma situación deplorable que cuando se había ido, lo que le motiva a escribir el Fukanzazengi (Principios Universales para la práctica de zazen). En 1230, a causa de las presiones provenientes de los monjes Tendai se retira a la ermita de Anyoin situada en las montañas, pero debido al aumento de la comunidad se traslada en 1233 a Uji donde se restaura un antiguo monasterio, el cual fue renombrado Kosho-ji en 1236. Se lleva a cabo la primera ceremonia en japonés, siendo esta época cuando ingresa Koun Ejo. En 1237 se materializa el ideal de Dôgen, un auténtico templo Zen con tres salas: la del Buda, la del Dharma y la de la Shanga. La comunidad aumenta no sólo en número de monjes, sino también en laicos. El periodo que abarca desde 1233 hasta 1243 es el más fructífero de la vida de Dôgen, consiguiendo terminar el Shôbôgenzô y escribiendo el Bendowa y el Raihai tokuzui.

Pero debido a que persisten las amenazas de los monjes Tendai se ve obligado a trasladarse en 1243 a Echizen donde funda Eihei-ji. Su fama se extiende, así como su comunidad de monjes y laicos. Enferma gravemente en 1252, dejando escrito antes de morir el 28 de agosto de 1253 los siguientes versos:

Cincuenta y cuatro años iluminando el cielo.
Un tembloroso salto aplasta cien mil mundos.
¡Ah! El cuerpo entero no busca nada.
Viviendo, me zambullo en manantiales amarillos.

·         Aportaciones y enseñanzas
              
El Fukanzazengi recoge las principales condiciones para llevar a cabo correctamente la práctica de zazen:
     

  •  Espacio silencioso
  •  Comer y beber con moderación
  •  Abandono de todo compromiso, expectativa y preocupación, incluso la de ser un Buda
  •   No juzgar
               
El principio medular de su obra maestra Shôbôgenzô (El Tesoro del Verdadero Ojo del Dharma) es ver y realizar todas las cosas tal y como el Buda lo hizo, para lo cual la práctica de zazen es fundamental, comportándose también en la vida cotidiana y sus quehaceres con la misma actitud que cuando estamos sentados. Estas son las principales enseñanzas que recoge su obra:

    (1) Zazen
    
Zazen es iluminación, iluminación es zazen; o lo que es lo mismo, Prajñá es el Uso de Dhyána, Dhyána es el Cuerpo de Prajñá. Se trata de un acto sagrado en el que a través de él se toma conciencia de la unidad de cuerpo y mente, de la unidad de todo: toda la Realidad es Buda, el Buda es la Realidad continuamente recreándose a sí misma sin finalidad alguna. Ello se condensa en el término shikatanza: solamente sentarse. La forma apropiada de sentarse en zazen se basa en una postura correcta, una actitud justa y una respiración adecuada.

      (2) Ver como el Buda vio

Zazen no difiere de la vida cotidiana. La atención hay que practicarla a cada instante, a cada instante debemos de actuar como Budas, como lo que somos. No se practica zazen para convertirnos en Budas, sino para darse cuenta de que nuestro único deber, por lo que se nos ha otorgado la existencia, es para actuar como Budas en todo momento.

     (3)  Sobre la naturaleza de Buda
               
La naturaleza de todos los seres es búdica. No hay nada más que ésto a lo que no se puede añadir ni quitar nada.

     (4)   Ser tiempo
             
Nada permanece, todo está continuamente cambiando en esta eterna danza que es la Realidad. Pero a su vez, todo se encuentra aquí y ahora, ya sea como presencia o ausencia, por lo que lo único que hay es este eterno presente en el que todo está contenido. Comprender que somos este ahora continuo es realizar la Budeidad.

     (5)    Espiritualidad y devoción

La fe-confianza es la sensibilidad básica que nos impulsa hacia la realización de nuestra propia naturaleza. Y para ello es importante el compromiso, la bondad, la entrega honesta y sincera, la confianza y respeto hacia los maestros y la Shanga, el cumplimiento de los preceptos y reglas y el desarrollo de la atención en cada momento.

     (6)    No obtención
             
La actitud justa de un Buda es mushotoku: no se puede obtener algo que ya somos. Zazen consiste en actuar sin hacer, en trabajar sin esfuerzo, abandonando cuerpo y mente (shin jin datsu rau).

Deseo


En este mundo sólo hay dos tragedias: una es no conseguir lo que se desea,
 y la otra, conseguirlo. La última es la peor.
O.Wilde

domingo, 23 de junio de 2013

El más allá


Cada persona contiene dentro de si misma infierno y paraíso.
O.Wilde

jueves, 20 de junio de 2013

...hacia la seducción (II)




“Al comienzo estaba el secreto, y era la regla del juego de las apariencias. Luego llegó la inhibición, y fue la regla del juego de la profundidad. Finalmente apareció lo obsceno, y fue la regla de juego de un universo sin apariencias y sin profundidad, de un universo de la transparencia. Obscenidad blanca”[1]

Cuando hablamos de obscenidad debemos de distinguir entre dos tipos: la primera correspondería a la tradicional, u obscenidad negra, asociada a la inhibición sexual o social, de aquello que no es representado ni representable, de lo oculto, energía violenta de ruptura, de transgresión. Dicha obscenidad que pertenece a la parte exterior del sistema de representación, de la escena, es el infierno de la representación, el encanto de lo prohibido, de sus fantasías y perversiones. Pues bien, la obscenidad tradicional padece una inversión total en la obscenidad blanca o de la suprarrepresentación, cuyo carácter principal consiste en hacer estallar la escena de lo visible en un éxtasis de la representación. La transparencia ha dada lugar a la transparición (en lo social y en el sexo) como sentido, referencia, evidencia, pasando todo a ser superficial, y no teniendo ya nada secreto alguno, todo ha sido expulsado a lo real, todo es representado. Representación forzada. Ya no existe trascendencia, pues lo único que queda es la superficie inmanente de las operaciones y su desarrollo, superficie lisa, operacional de la comunicación[2].

De este modo, en nuestra sociedad de la imagen se han transgredido todos los límites de las escenas y de la verdad en búsqueda de la perfección social: el cielo ha bajado a la tierra, y “...lo que se perfilaba como una perspectiva radiante se vive ahora como una catástrofe a cámara lenta”. Ahora nos encontramos por fin en el paraiso: espacio homogéneo y terrorista de la hiperinformación y de la hipervisibilidad, hijo de la magia blanca del éxtasis, de la fascinación y la transparencia. Ya no queda lugar para la ilusión, la cual siempre ha sido un freno a lo real, sino que por el contrario asistimos a un desencadenamiento de lo real en un mundo sin ilusión; mundo hiperreal o forma extática de lo real como perfección tautológica y grotesca de los procesos de verdad[3].

La modernidad se caracteriza porque en ella es el sujeto quien hace la historia totalizando el mundo, y su esplendor coincide con la miseria del objeto ya que el ideal de la metafísica no es otro que el del mundo-sujeto en el que el objeto sólo es una pericia en el camino real de la subjetividad. El objeto es la parte maldita del sujeto, lo obsceno pasivo, la encarnación del mal, de la alienación pura, y que a su vez se ve sometido a la dialéctica del amo y del esclavo. Estamos en el pensamiento del deseo en el que el sujeto posee un privilegio absoluto: principio de equilibrio del mundo tranquilizador debido a que el sujeto tiene una historia y una economía (voluntad/mundo), no estando entregado al universo múltiple, monstruoso y fascinante, cruel y aleatorio de la seducción venida de fuera. No es más que la proyección por parte del sujeto de defenderse de la seducción, el no ser objeto de nada o presa de todas las formas circundantes y de sus seducciones.

Dice Baudrillard que “el sujeto ya no puede interpretar su propia fragilidad o su propia muerte por la simple razón de que ha sido inventado para defenderse de ellas, al mismo tiempo que de las seducciones,...”[4]. Y por ello su economía contiene una contradicción irresoluble: la posición de sujeto es insostenible. Pasando de una subjetividad fuerte a la transparencia e indiferencia.

De este modo, la única posición posible es la del objeto, objeto no dominado y que reivindica su autonomía frente al sujeto, desafiándolo al remitirlo a su posición imposible de sujeto. El objeto pertenece a la esfera de un pensamiento propio de la seducción en el que el sujeto ya no es el que desea, sino que el objeto es quien seduce. El objeto pasa a ser el inicio y fin de todo, ya que todo parte y termina en la seducción, jugando con la ausencia de deseo, pues sólo gracias a ella puede seducir: representar en el otro el efecto de deseo, provocarlo o anularlo, lo exalta o lo decepciona. Y el secreto de toda estrategia suya consiste en que éste no cree en su deseo, pues carece de él, no cree que nada le pertenezca en propiedad, no conoce la alteridad y por ello es inalienable. El objeto en el fondo es un espejo que fascina y seduce al sujeto remitiéndolo a su transparencia mortal, debido a que no irradia significación propia. Es el soberano, es decir, aquello sobre lo cual la soberanía del otro se rompe. El objeto es algo oculto que ignora la posesión, algo que sólo quiere seducir y que siempre gana, y que para ello juega con su servidumbre. Su poder consiste en su ironía, en su indiferencia. La indiferencia es superior a la diferencia, al igual que el silencio al sentido.

Primero se produjo un paso desde el horizonte del sujeto con sus objetos hacía uno en el que los objetos desaparecen quedando un sujeto débil, para desde él dar el salto hacia un nuevo horizonte en el que los objetos, desde su aparición, rodean al sujeto en su estrategia fatal: el sujeto termina de desaparecer en el horizonte del objeto, objeto fetiche que consigue borrar la accidentalidad, las causas, sustituyéndola por una necesidad absoluta. Ya no hay lugar para el deseo. El único deseo debe de ser en convertirse en destino del otro, en ser para él el acontecimineto que supera cualquier subjetividad, que absuelve al sujeto de sus fines, de su presencia y de toda responsabilidad: pasión definitivamente objetiva. El objeto es la figura de inversión de la causalidad. Tras toda subjetividad se halla siempre una objetividad oculta[5]. 

Nacimiento iniciático: siempre nos ocurre una cosa, un evento sin precedentes que viene de fuera y que inaugura un destino, liberándonos de nuestra historia. La seducción es la única y auténtica liberación. En la seducción la coincidencia del mundo y de los signos nos convierte en objeto de elección y de seducción. Lo que nos hace existir es el juego del mundo y de la seducción. Ésta nos arranca a nuestro propio deseo para devolvernos a la soberanía del mundo. Estamos ante un juego vertiginoso y superficial de las apariencias, que sin embargo no se trata del reino de la metáfora y de la interpretación, sino de la metamorfosis y de la adivinación. Juego que devuelve a los signos su fuerza, su secreto.

Y aunque en la evidencia de la seducción nada es indiferente, pues todo converge, se hace necesario erigir unos signos arbitrarios para delimitarla, unas reglas de juego que permitan reiniciar una y otra vez su encadenamiento fatal. Así pues, la estrategia consiste en provocar una desescalada de las cuasas racionales, y una escalada inversa de los encadenamientos mágicos. Se trata de un encadenamiento fatal de jugadas afortunadas, en lo que lo esencial es la fatalidad: el destino se ve atrapado en su propio juego: creación en cadena, no detenible, de un mundo entregado a la pura solicitación del espíritu. El destino es la seducción fulgurante de las formas.

“Lo que te lleva a existir no es la fuerza de tu deseo (todo lo imaginario energético y económico del siglo XIX), es el juego del mundo de la seducción, es la pasión se su lenguaje, de sus gestos, te turba, te engaña, te obliga a existir, jugar y ser jugado, es la pasión de la ilusión y de las apariencias, es lo que, venido de fuera, de los demás, de su rostro, es el encuentro, la sorpresa de lo que existe antes que tú, fuera de ti, sin ti – maravillosa exterioridad del objeto puro, del evento puro –, lo que sucede sin que tú intervengas para nada, qué alivio finalmente, sólo eso puede seducirte: se nos ha pedido tantas veces que fuéramos la causa de todo, que encontráramos una causa a todo. Objeto mineral, evento-solsticio, objeto sensual, forma desértica, todo eso nos seduce porque prescinde de nuestra economía de deseo, y porque en el fondo al ser no le interesa existir únicamente en su ser propio, no es nada y sólo existe si es suscitado fuera de él, en el juego de mundo y en el vértigo de la seducción”[6].

Dios sólo puede dejar que las cosas sigan su inclinación natural, su destino, es decir, que todas las formas se encadenen entre sí, lo que constituye la regla fundamental del juego: conjugación increíble de todas las formas de acuerdo con su destino: la catástrofe, la cual implica la abolición de las causas sumergiendo a éstas bajo los efectos, es decir, desmantelando los encadenamientos racionales y devolviendo a las cosas a su aparición pura. Este delirio de las formas y apariencias en que consiste la catástrofe depende del encadenamiento espontáneo de las apariencias, encadenamiento puro, sin referencias, de las cosas y los acontecimientos. Y de este modo, el único placer posible es el ver como las cosas se precipitan a la catástrofe, al reino de los encadenamientos vertiginosos. Y estos encadenamientos incalculables como loca distorsión del efecto y la causa a través de la seducción constituyen la trama de la vida, y toda estrategia solamente intenta reproducirlos[7].

“Todos somos unos jugadores. Es decir lo que esperamos con mayor intensidad es que se deshagan de vez en cuando los encadenamientos racionales, que van paso a paso, y que se instalen, aunque sólo sea por un breve tiempo, un desarrollo increíble de otro tipo, un incremento maravilloso de los acontecimientos, una sucesión extraordinaria, como predestinada de los menores detalles, en la que se tiene la impresión de que las cosas, hasta entonces mantenidas artificialmente a distancia por un contrato de sucesión y causalidad, de repente, no están entregadas al azar, sino espontáneamente convergentes y concurriendo a la misma intensidad por su propio encadenamiento.”[8]



[1] J.BAUDRILLARD, Las estrategias fatales, Anagrama Barcelona 1984, p.67
[2] Cfr, J.BAUDRILLARD, Las estrategias fatales, Anagrama Barcelona 1984, pp. 67-68
[3] Ibid, pp. 75-76
[4] J.BAUDRILLARD, Las estrategias fatales, Anagrama Barcelona 1984, p.123
[5] Cfr, J.BAUDRILLARD, Las estrategias fatales, Anagrama Barcelona 1984, pp. 121-125
[6] J.BAUDRILLARD, Las estrategias fatales, Anagrama Barcelona 1984, p. 150
[7] Cfr, J.BAUDRILLARD, Las estrategias fatales, Anagrama Barcelona 1984, pp. 148-154 y 164-168
[8] J.BAUDRILLARD, Las estrategias fatales, Anagrama Barcelona 1984, p. 165


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miércoles, 19 de junio de 2013

Incertidumbre




El miedo es la incertidumbre en busca de seguridad.

J. Krishnamurti

domingo, 16 de junio de 2013

Paseando junto a Baudrillard....(I)




Existe un desprecio filosófico a la hora de tratar la obra de Baudrillard. Dicho desprecio se expresa principalmente a través de tres vías: (1) aquella que lo reduce a un simple impresionismo sociológico, a un proceso de efectismo de una jerga fácil, de una retórica excesivamente espectacular; (2) la que lo considera políticamente deleznable a causa de la ironía que muestra por nuestros valores ilustrados y democráticos y su empatía hacía las sociedades exteriores; (3) y por último, la que lo rechaza tajantemente por su persistencia en mantener el referente de lo singular, de la inmediatez brutal y no representable, de lo simbólico que brota de una relación afirmativa con la muerte y que constituye la vitalidad como fuerza común política e impolítica. En resumen, la virulencia crítica mostrada ante su pensamiento se debe a la dureza que muestra contra nuestro nihilismo espectacular y a su simpatía por la fuerza simbólica de las culturas atrasadas.

Y su nostalgia por la universalidad de lo singular, por el desierto (indeterminación = suelo) como suma total de nuestras posibilidades, aquí y ahora, se ve enfrentada al complot que lleva a cabo nuestra cultura contra lo real mediante el bloqueo de su acontecimiento imprevisible e inaceptable (la exterioridad), pues lo real, la existencia que queda fuera, es concebida como el Mal. Dicho complot encuentra su expresión (filosofía, cultura, arte) en la fascinación mostrada por las tecnologías de moda, que no es sino ideología de la comunicación, cuyo fin es la prostitución y exterminio de lo real por su doble, por su copia: crimen perfecto en el cual ya no queda rastro del cadáver, y ese es el objetivo del asesinato de lo real a manos del reino de la copia, de la clonación generalizada, consecuencia de un puritarismo de la ideología de la digitalización cuya base se halla en al obsesión por acabar con toda dualidad. Llegamos al grado Xerox de la especie, al duplicado, como lo es la Unión Europea de los EEUU.

En correlación a este idealismo que caracteriza a nuestra sociedad se halla la simpatía que muestra por las masas como resistencia sorda a los valores culturales de la elite y a su soberana indiferencia a la alta cultura ilustrada, la cual se ve sometida a una desaparición paródica en el fondo estadístico de las pantallas. Esta indiferencia que entusiasma a Baudrillard es despreciada por la burocracia intelectual como algo tosco y bárbaro, ya que remite a una revuelta metafísica, impolítica, de una comunidad que viene a golpe de acontecimiento, revuelta que apunta a que la crisis del sistema (aunque vivimos en el sistema de la crisis y de la obsesión por la seguridad) viene por el choque con las culturas exteriores.

Por otro lado, el sistema económico propio de nuestra sociedad se caracteriza por el simulacro y por el concepto de diferencia como equivalencia o indiferencia radical. La diferencia del código es la posibilidad de un principio de equivalencia, lo cual obtiene su mayor expresión en el dinero. Dicho sistema ha ido evolucionando desde una lógica funcional, del uso, y pasando por una lógica económica o del cambio, hacia una lógica diferencial o del signo[1]. La sociedad de consumo que ha dado lugar se caracteriza por la circulación de imágenes/signos que constituyen la esencia de la mercancía (y no su utilidad), pasando a convertirse los objetos en meros simulacros, en los que el valor de cambio encuentra su soporte en el valor de uso, el cual nunca fue tal sino solamente una mera excusa del primero.

Esta lógica diferencial no tiene como propósito más que la transformación del mundo en un orden de simulacros, y para realizar dicho control se basa en un código del signo y la diferencia (que favorece a ciertos intereses). Dicho código es una estructura de control y modelo más sutil y totalizante que la explotación, ya que se erige como una estructura equivalente a la realidad, llegando incluso a sustituirla dando paso a la hiperrealidad. Así pues, lo importante no es ya el monopolio de los medios de producción, sino el monopolio del código que favorece a ciertos intereses. De este modo, el cuestionamiento que se lleva a cabo de la desigualdad económica sólo tiene por objetivo la integración de todas las capas de la sociedad en el consumo, el cual se ha convertido en el nuevo imperativo, es decir, dentro del código. Y el consumo no es más que la actividad de manipulación sistemática de signos, es decir, la totalidad virtual de todos los objetos y mensajes constituidos desde ahora en un discurso más o menos coherente. Este proceso sistemático e indefinido crea objetos-signo equivalentes y multiplicados hasta el infinito, pero en el que no se consumen los objetos sino la relación misma, significada y ausente. Es la idea de relación en la serie de objetos que la exhibe lo que se consume, o sea, que es la moda y el status el auténtico objeto de consumo con lo que estamos ante un idealismo realizado: sociedad narcisista.

Pero ante todo ello, es asombroso que siempre haya algo que resista al infinito de la producción, ya que toda tentativa de acumulación está siempre devastada de antemano por el vacío que la destruye y liquida. Por ello, Baudrillard apuesta por el retorno al intercambio simbólico como marco estructural dinámico en el que los seres humanos entren en relación, es decir, como condición de posibilidad de todo encuentro. Y de este modo todo objeto se disolverá en dicho intercambio, dejando de ser bienes de uso, mercancías, o formas/signos, y tampoco serán ya diferencias que intercambiar, pues el intercambio simbólico no es más que la relación infinita que antecede, sucede y supera a todas las diferencias, consumiéndolas y aniquilándolas.

En fin, según nos indica Baudrillard, se hace necesario un doble gesto: por un lado, no hay que prescindir del presente, de la exterioridad óntica que la filosofía oficial desprecia; y por otro, hay que consumar en el presente común la magia de lo otro, la dramaturgia de su desaparición, ya que la desaparición es la impertinente resurrección de una singularidad que se fuga de nuestra empalizada de signos, del arte y la cultura como obsesiva seguridad. La esencia solamente es existencia, lo que conlleva que es de gran importancia hacer todo lo posible para que la desaparición continúe viva como potencia y misterio que persiste en todo acto, y en ello va a consistir el secreto del arte y la seducción.



[1] A partir de los intercambios simbólicos, es decir, de los flujos simbólicos que rigen el marco relacional en el que los objetos se inscriben, y mediante la abstracción, se llevó a cabo la inauguración de la lógica de la mercancía y del signo. Y de este modo, primeramente, surgió el valor de uso perteneciente al objeto y cuyo significado es heredero del intercambio simbólico, y que no fue más que una excusa, para justo después, dar el paso hacia el valor de cambio y al signo.


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jueves, 13 de junio de 2013

Refutación del Platonismo y de la Sofística




“...los dialécticos y los sofistas se revisten del mismo aspecto que el filósofo. La sofística, desde luego, es sólo sabiduría aparente, y los dialécticos discuten acerca de todas las cosas – y lo que es constituye lo común a todas las cosas – y discuten evidentemente acerca de tales cuestiones porque son el asunto propio de la filosofía. En efecto, la Sofística y la Dialéctica giran en torno al mismo género que la Filosofía, pero ésta difiere de la una [de la dialéctica] por el modo de la potencia y de la otra [de la sofística] por el tipo de vida elegido: y es que la Dialéctica es tentativa y refutativa de lo que la Filosofía es cognoscitiva, y la Sofística es aparente pero no es real.” Metaf. IV, 10004b 18-27 (1)


La clave para la comprensión de la filosofía de Aristóteles estriba en el estudio sobre la polémica en la que el estagirita se ve envuelto, por un lado, contra la racionalidad dialéctica-platónica-pitagórica, y por otro, contra la racionalidad propia de la sofística. Lo que caracteriza a ambas racionalidades es la exigencia por la cual piden que de los primeros principios también halla demostración, incurriendo con ello en petición de principio ya que siempre se mantienen en el plano cinético-motriz-material propio del movimiento y de las categorías. Y ello se debe principalmente a una cuestión ética, en no saber y/o querer reconocer y afirmar los límites constituyentes de la realidad, que vienen ya-siempre regalados, apostando en cambio por el sueño infinito y sin límite de una razón todo poderosa que desea ser autosuficiente, absoluta y legisladora de toda-cada vida (2).

En lo que respecta a la dialéctica, ésta no sabe detenerse en los primeros principios y demanda demostración de todo, incluido ellos, a los cuales se ve incapacitada para acceder ya que para alcanzarlos se hace necesario comprender que la lógica predicativa propia del juicio pertenece al ámbito material-potencial mientras que los primeros principios se encuentran en el ámbito inmaterial de la acción, al cual sólo se puede tener acceso a través de la intuición intelectual, y nunca del juicio y de la demostración. Por ello, la dialéctica es tentativa debido a que nunca alcanza el fin de su estudio por permanecer siempre en el ámbito potencial propio de los contrarios, quedándose encerrada en el movimiento lógico – en contra de la sofística que permanecerá atada al movimiento físico – sin tener acceso a aquello que ya no tiene contrario: la acción. 

Así pues, el platonismo al intentar acceder mediante el juicio a los primeros principios convierte a éstos en predicados, o sea, en géneros extensos a partir de lo cuales se derivan las diferencias. Los universales, compuestos lógicos de género y diferencia, son hipostasiados a otro mundo, pasando el ser a convertirse en un Uno-Todo indeterminado e infinito ya que cada universal se ve contenido en otro de mayor extensión y así sucesivamente hasta alcanzar a ser el predicado más oscuro de todos, el Uno-Todo, que se asemeja extraordinariamente al No Ser o Nada. Además, la racionalidad propia del platonismo es sumamente violenta debido a que nos encontramos ante una racionalidad monológica y holista basada en la lógica del origen y del juicio inquisitivo siempre insatisfecho, que nunca llega a su fin y que la única manera que posee de perpetuarse, y por lo tanto de participar en la eternidad, es imponiéndose por la fuerza.

Por el otro lado en lo que se refiere a la sofística, ésta sólo toma en consideración a los fenómenos sensibles, reduciendo con ello toda la realidad a meros accidentes, pasando a ser el hombre quien determina las leyes del lenguaje y con ello de la realidad. La sofística defiende que las únicas leyes, y verdades, que pueden existir son las que establecen los hombres entre sí por conveniencia, con lo que renuncia a poseer verdad alguna y denuncia todo intento de investigación ontológica como infecundo. El hombre pasa a ser la medida de todas las cosas, como enunciaba Protágoras, y el lenguaje pasa de ser el ámbito de manifestación de lo real y su verdad, junto a sus leyes, a un mero juguete instrumental en manos del hombre. De modo que, se sigue permaneciendo en la temporalidad lineal propia del origen y del mito. En relación con ello, la sofística es dueña de un grave peligro, pues bajo su apariencia de tolerancia hacia las diferencias y su crítica al platonismo por monista y dogmático, también ella, por relativista, es monista y violenta, ya que lo único que hace a diferencia de la Academia es multiplicar al infinito su estructura del Uno-Todo dando lugar a una infinitud de unos-todos indiferenciados entre los cuales no se da ningún enlace y criterio. Se pasa del mito del Uno-Todo-Poderoso al mito de los unos-todos-poderosos, las dos caras de la moneda del antropomorfismo.

Así pues, tanto el platonismo como la sofística no saben detener la lógica del lenguaje predicativo y atributivo – propio del ámbito de las categorías y del movimiento – llevándola a ocupar el ámbito de los primeros principios. Uno, el platonismo, lo hace por exceso, potenciando la unidad genérica sobre las diferencias o determinaciones; y el otro, la sofística, los hace por defecto, potenciando las diferencias contingentes sobre la totalidad de lo real.

Contra los dos absolutos, el del Uno y el de los múltiples unos, Aristóteles apuesta por una verdadera pluralidad ordenada y enlazada, ya que razonar es mostrar cómo se enlaza lo condicionado a su causa, en la que se admita que las leyes ontológicas del lenguaje, el principio de no contradicción, corresponden a las leyes de la realidad, y que éstas no son puestas por el hombre, sino que vienen ya siempre dadas y que sólo a partir de ellas el hombre se ve capacitado para pensar. Ello no supone que se rechace ni la perspectiva de lo uno – de los universales genéricos – ni de lo múltiple –de lo sensible – sino que se articulen ambos ámbitos en referencia a lo que si es primero en sí, la entidad. O sea, que se pase de un modo de razón que para afirmar su propia perspectiva de la realidad se ve obligada a despreciar y negar a los otros diversos enfoques, hacia una racionalidad que se caracteriza por saber conjugar-articular-subordinar las diferentes perspectivas ya que cada una de ellas, si bien todas hablan de la realidad, lo hacen respecto a un diferente plano de ésta (3).

Pero antes de finalizar con este capítulo creemos conveniente que quede lo suficientemente claro que el ser no es un género, un universal genérico común, un predicado, porque la entidad – lo propio de cada cosa – no se predica de un sujeto mientras que el universal siempre se predica de un sujeto. En orden a esto, no existe un género universal como un Uno-Todo indiferenciado a partir del cual procederían vía generativa o material por división o derivación extensa la pluralidad, la cual se encontraría subsumida en esta Nada. Con todo concluimos que la Metafísica aristotélica ni es una ontología general ni una teología particular pues se halla en las antípodas de cualquier criterio extensivo, siendo el suyo el de la comprensión intensiva por vía formal-final (4), ya que la realidad acontece en perspectivas diferenciales coherentes o enlazadas. Con lo que la Ontología, el lógos-del-ente, es una ontología hermenéutica cuya tarea es “escuchar el discurso del ser, a través de una crítica del discurso humano para convertirlo en adecuado: verdadero: el lugar donde se muestren, discutan y aparezcan los significados-sentidos de la realidad, tanto como su estructura y orden” (5), distinguiendo las plurales dimensiones de lo real con fin a integrarlas ordenadamente, ya que se trata de diferencias enlazadas a sus polos o primeros principios, ya irreferenciales, que son las dimensiones más plenas de la realidad: las acciones (6).

NOTAS

(1)La traducción del texto presentada corresponde a la realizada por T. Oñate y Zubía y C. García Santos, la cual ha sido extraída de la obra T.OÑATE, El nacimiento de la filosofía en Grecia. Viaje al inicio de Occidente, Dykinson, Madrid 2004, p.251
(2)Cfr., T.OÑATE, El nacimiento de la filosofía en Grecia. Viaje al inicio de Occidente, Dykinson, Madrid 2004, pp.249-251
(3)Para profundizar más en la polémica que Aristóteles lleva a cabo tanto con los platónicos-pitagóricos como con los sofistas ver T.OÑATE, El nacimiento de la filosofía en Grecia. Viaje al inicio de Occidente, Dykinson, Madrid 2004, pp.249-257 y T.OÑATE, Para leer la Metafísica de Aristóteles en el siglo XXI, Dykinson, Madrid 2001, pp. 210-212 y pp. 595-598 (Libro G ), en cuyas páginas me he basado.
(4)Cfr., T.OÑATE, Para leer la Metafísica de Aristóteles en el siglo XXI, Dykinson, Madrid 2001, pp. 39-44
(5)T.OÑATE, Para leer la Metafísica de Aristóteles en el siglo XXI, Dykinson, Madrid 2001, p. 56
(6)Cfr., T.OÑATE, Para leer la Metafísica de Aristóteles en el siglo XXI, Dykinson, Madrid 2001, pp. 53-59


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